Todo empezó en su ciudad de mayoría musulmana, al este de Etiopía, en el temido Cuerno de África, cuando Deborah, de 18 años, impartió un curso sobre evangelización a jóvenes de su iglesia, entre los cuales estaban Eden y sus amigas adolescentes Mihret y Gifti, ambas de 14 años. En un mes, Deborah les enseñó a hablar de Cristo con los no creyentes.

Ellas habían entregado su vida a Jesús siendo muy jóvenes y estaban tan inspiradas por lo que habían aprendido que diseñaron un plan para compartir la esperanza que tenían en Cristo todos los días durante sus vacaciones escolares. Y lo hicieron sin miedo ni vergüenza, en privado y en público, con sol y bajo la lluvia.

Eden compartió el mensaje con una amiga, la cual regresó a ella al día siguiente. “Cuando vi sus ojos bañados en lágrimas, supe que Dios estaba haciendo algo en la vida de mi amiga, y ver esto me alentó mucho. También compartí el Evangelio con un hombre que trabaja en una carnicería. Acabó confesando sus pecados y oramos allí mismo juntos, a la vista de espectadores que se burlaban de nosotros. No nos importaba”, comparte Eden.

Los padres de las jóvenes temían que sus hijas pudieran meterse en problemas. Sus miedos se hicieron realidad cuando el manual que usaban para evangelizar cayó en manos del jeque local y se quejó a las autoridades. Eden fue la primera en ser citada. Su madre la acompañó a la comisaría, donde se vio forzada a responder a un bombardeo de preguntas.

“¿De dónde has sacado este libro?”, se enfurecieron los agentes. Eden recuerda: “Tenía tanto miedo de que Deborah pudiera tener problemas por esto que al principio les oculté la verdad”. El interrogatorio se volvió cada vez más y más hostil. “La policía me amenazó con matarme si no les contestaba.  El abuso verbal, los pellizcos y las bofetadas eran tan brutales que al final no pude soportarlo más y les conté que era Deborah quien me había dado el libro”. Inmediatamente, la policía detuvo a Deborah, Mihret y Gifti, acusándolas de “falta de respeto a la religión de otras personas” y “denigración personal”. A pesar de que eran menores, las encarcelaron. Gifti celebró su quinceavo cumpleaños en la cárcel.

Las autoridades les decían constantemente que podrían estar en prisión los próximos quince años. Las jóvenes dudaban entre considerar las amenazas como meras intimidaciones o como un peligro real.  Quienes las visitaban se preocupaban por las condiciones en las que se encontraban y especialmente por los indicios de abuso físico.

Desde que Puertas Abiertas supo que estas jóvenes estaban en prisión, movilizamos a cristianos de todo el mundo a orar para que Dios protegiera a las chicas y les hiciera justicia. Después de tres meses, ¡fueron puestas en libertad! Posteriormente, gracias al apoyo de personas como tú, les proporcionamos asistencia postraumática y diferentes miembros del equipo local y colaboradores pasaron tiempo con ellas, alentándolas y animándolas. Fue entonces cuando tuvimos mayor conocimiento de hasta qué punto el Señor había respondido a nuestras oraciones.

Así lo demuestran las palabras de Eden: “Dios no nos dejó pasar solas por dificultades, sino que hizo un camino donde pensábamos que no había. Necesitamos permanecer firmes en medio de los problemas, sin rendirnos nunca. Dios tiene el control”. También Deborah percibió la presencia de Dios en la cárcel: “Soy testigo de cómo Dios está con cada uno de los que se sacrifican por causa del Evangelio y les llena de gozo. En la cárcel pudimos aprender que Dios nunca nos deja pasar solas por tiempos difíciles: Él cargó nuestras cargas y nos dio paz y consuelo en medio de la tormenta”. Gifti también nos da toda una lección de fe y valentía: “Como cristianos debemos estar preparados para la persecución. Todo esto ha sido un honor para nosotras. Durante estos tres meses presas hemos tenido un tiempo precioso de oración, ayuno, estudio de la Biblia y alabanza. Hemos perdido el miedo”, dice.

“Ninguno tenga en poco tu juventud…” -Timoteo 4:12

Más aún, Dios no solo guardó intacta la fe de las jóvenes, sino que las inspiró a continuar compartiendo su fe valientemente con otros presos. Según Deborah, catorce personas de la cárcel escucharon el Evangelio. “Pedimos a cada persona que nos visitaba que trajera biblias para los presos a los que hablábamos. Todos ellos las recibieron alegremente. Muchos con los que hablábamos estaban frustrados por una vida sin esperanza. Que el Señor nos diera cuatro almas dispuestas a aceptar a Jesús hizo que nuestra estancia en la cárcel fuera increíble”.

Cuando salieron de la cárcel, su ciudad natal era demasiado peligrosa, así que se mudaron. Pero incluso esto lo han visto como una oportunidad para continuar compartiendo su fe. Intentando contener las lágrimas, Eden nos abre su corazón: “Soy muy feliz de pensar que Él me ha permitido ser llamada Su hija… no lo merezco. Siempre que me arrodillo en oración, clamo para que mis amigos conozcan la verdad en la que nuestras almas son satisfechas. Siento carga por aquellos que aún permanecen en la oscuridad”.