Aborreció a su hermano, planeó asesinarlo, pero Cristo llegó a tiempo

La relación de Patrick con su hermano menor Moisés se volvió tensa a causa de una disputa familiar. Moisés acusó a Patrick de destruir su matrimonio y su familia, difundiendo rumores de odio. El conflicto de cinco años de los hermanos dividió a su comunidad (habitada por sus familiares) en Liberia.

Mientras Patrick intentaba proteger su reputación, la enemistad entre él y Moisés solo se intensificó. Patrick realmente odiaba a Moisés y, en su ira, comenzó a planear matar a su hermano y su familia. Pero en el apogeo de su ira, Patrick escuchó sobre una iglesia. El visitó la congregación para ver de qué se trataba.

Le sorprendió escuchar una enseñanza bíblica sobre temas éticos y morales. El mensaje resonó profundamente en su corazón. “Ese mensaje cambió mi vida. Entendí que mi relación con Dios, también influía en mi vida personal”, testifica el ahora hijo de Dios. Por primera vez en años, Patrick sintió esperanza por su relación con su hermano, y decidió visitar más seguido la congregación.

Dios comenzó a transformar el corazón de Patrick. Detuvo su violenta relación contra su hermano. Él se dio cuenta de que su vínculo con el Señor estaba roto y que su vida carecía de paz. Su separación de Dios fue la raíz de su ira hacia su hermano. Patrick se arrepintió y le pidió a Jesucristo que fuera su Señor y Salvador.

Por su parte, su hermano Moisés se sorprendió por el repentino cambio. Sabía que había tratado a Patrick sin respeto por años. Le pidió perdón y le agradeció por mostrarle gracia.  Se abrazaron y lloraron.

La reconciliación de los hermanos conmovió a su familia y comunidad, y fue un ejemplo del perdón que Dios da a todos los que ponen su fe en Él. Dios transformó por completo el corazón endurecido de Patrick.  “Jesucristo cambió mi vida, y puedo decir que la relación con Dios construye todas las demás relaciones”, concluye Patrick.

“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5: 8).

Fuente: Impacto

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