Mi infierno socialista: el mal creciente de la esclavitud sexual en Venezuela

El mal creciente de la esclavitud sexual en Venezuela

Todo lo ocurrido en Venezuela en las últimas dos décadas sin duda ha dejado cicatrices físicas y psíquicas en mi pueblo. La represión, la violencia, el desabastecimiento y todo lo demás que se ha desatado a través del régimen socialista debe servir de advertencia para todos.

En esta ocasión, me gustaría llamar la atención sobre un aspecto, un mal puro en sí mismo, del que no se habla a menudo: la creciente explotación sexual de las mujeres venezolanas en el país y más allá de sus fronteras, que ha crecido sin control bajo la sombra de (y gracias a) el ascenso y el colapso del otrora celebrado Socialismo Bolivariano.

Es un tema cada vez más delicado, que muchas veces ha quedado ensombrecido por noticias “más grandes” como apagones, inflación, chanchullos cambiarios y todos esos sucesos que suelo tratar con humor.

El reciente informe de la Misión Internacional Independiente de Investigación de las Naciones Unidas sobre la República Bolivariana de Venezuela (FFMV) hace una mención especial a las graves violaciones a los derechos humanos que ocurren en el Arco Minero del régimen socialista.

El Arco es una gran área ubicada entre los Estados de Bolívar, Amazonas y Delta Amacuro establecida por el dictador Maduro y fuertemente controlada por los militares. La extracción indiscriminada y voraz de oro y otros minerales ha causado graves daños ambientales y ha obligado a la población indígena a huir.

La ONU

Lo que empeora aún más una situación ya de por sí cruel es la evidencia de la explotación sexual de niños y adolescentes a través de la prostitución forzada documentada por el último informe de la ONU. 

“Un investigador documentó el caso de una joven de 16 años que fue engañada para ir a Santa Elena de Uairén a cuidar niños pero luego fue engañada para ofrecer servicios sexuales”, detalló el informe. “Un minero que trabajaba en la mina La Ramona cerca de Tumeremo en 2017 le explicó a una ONG que los fines de semana en la mina se organizaban fiestas donde se subastaba la virginidad de las niñas, y las más jóvenes obtenían un precio más alto. También habló de la oferta de chicos, dependiendo del interés sexual del minero”.

Algunos casos de explotación sexual nacen de la necesidad, derivados del colapso total del país. El informe de la ONU detalla un ejemplo de este tipo: 

La Misión entrevistó a una adolescente indígena que había ofrecido servicios sexuales entre 2018 y 2020 en la plaza La Paragua, municipio de Angostura, cuando tenía entre 14 y 16 años. Dijo que nadie la obligó y que lo hizo por necesidad, afirmando que eso era “normal en Venezuela”. Sus clientes eran mineros y fuerzas armadas del Estado que le pagaban en oro o en efectivo, con lo que rentaba su propio cuarto para trabajar.

La situación no se limita a los confines del Arco Minero del régimen, sino que es un problema generalizado que sigue marcando a las jóvenes venezolanas. En agosto, las autoridades venezolanas rescataron a seis mujeres de entre 15 y 19 años de una red de explotación sexual en el estado de Anzoátegui.

La crisis migratoria venezolana, la más grande de la región e igual en magnitud a la crisis migratoria ucraniana, a pesar de que no se ha lanzado una sola bomba en el país que no sea el colapso socialista, ha permitido que la explotación sexual crezca sin control.

Los informes

Un informe publicado en agosto detalló cómo un grupo de cuatro mujeres adultas venezolanas —y una adolescente— escaparon de una red de trata de personas que las obligaba a ser esclavas sexuales. Otro informe agotador, publicado el viernes, relató cómo, desde 2018, las mujeres habían sido atraídas a la esclavitud sexual desde Venezuela hasta Curazao. Las mujeres iban desde humildes y pobres hasta mujeres con carreras universitarias que, empujadas por la precariedad económica y las condiciones de vida, eran engañadas con promesas de trabajo, para terminar siendo víctimas de la explotación sexual a través de deudas impagables.

Los informes son frecuentes y abundantes, y sin duda habrá muchas historias de explotación sexual y esclavitud que nunca serán contadas. Personalmente, fui testigo de una de esas historias en 2011, durante mi breve mandato de tres años como personal local en una de las embajadas más pequeñas de Venezuela en el continente.

Para poner las cosas en contexto, en 2011, Venezuela todavía estaba bajo el gobierno del “Comandante Supremo” Hugo Chávez. Esto ocurrió unos meses antes de que anunciara públicamente que tenía cáncer y el ahora dictador socialista Nicolás Maduro fuera su ministro de Relaciones Exteriores.

El país, que la izquierda internacional aún consideraba un socialista querido, estaba a un par de años de atravesar el brutal colapso del socialismo y, sin embargo, se estaban mostrando las primeras grietas, con crecientes escaseces y decretos de austeridad que deberían haber servido como un serio problema. advirtiendo que el poder de la chequera petrolera del régimen se estaba desvaneciendo.

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